Imagínate esto: sales a primera hora del día, coges tu bañador, te diriges a una laguna que huele a sal y algas, te sumerges y sientes el agua fresquita invadiendo tus sentidos. Esa sensación de calma, de descanso, de volver a estar tú con el agua, el sol y el cielo… pues bien, más allá de lo placentero, tiene un montón de efectos buenos para ti, tanto para el cuerpo como para la mente. En este texto vamos a ver por qué sumergirse en aguas salinas o lagunas naturales puede cambiar la forma en la que te cuidas, te relajas y te conectas contigo mismo o con el entorno.
Qué distingue un baño en agua salina o laguna natural frente a una piscina o un río.
Primero hay que ver qué hace diferente al agua salina o la de una laguna natural: su composición, su entorno y cómo tu cuerpo responde. En comparación con una piscina convencional, donde hay cloro, químicos y una estética más artificial, en una laguna natural o en el mar el agua contiene minerales, sales, una carga ambiental distinta y un entorno más próximo a lo que tu cuerpo entiende como “salvaje”. Estudios señalan que nadar en agua salada puede ayudar a reducir irritación en piel y ojos por los químicos. También se ha observado que la natación en espacios abiertos implica una activación del sistema nervioso que favorece la calma.
Si hablamos de una laguna natural (digamos una de esas en las que entras sin pensar demasiado, te dejas flotar y escuchas sólo el agua y el viento) la experiencia puede sentirse como un “reset” para tu cerebro. Y esto tiene una implicación directa: cuando nadas en ese entorno, tu cuerpo se adapta a una química más simple, tu mente se aleja del ruido cotidiano y se abre a sensaciones más auténticas.
Los profesionales de Saona Island Stars recalcan que este tipo de paradas en aguas menos masificadas permite que los bañistas aprovechen al máximo los beneficios de la inmersión en aguas salinas y lagunas naturales, disfrutando de un entorno relajado y natural que favorece tanto el bienestar físico como la desconexión mental.
Beneficios físicos que notarás desde el primer chapuzón.
Cuando te metes en agua con sal y minerales, tu cuerpo reacciona de varias formas. Una de ellas es la flotación: al haber mayor densidad del agua, pesa menos tu cuerpo, lo que significa que tus articulaciones y músculos cargados por el estrés del día reciben un “respiro”. ¿Has sentido alguna vez ese momento en que nadas tranquilo y piensas “parece que peso menos”? Eso es parte de lo que sucede.
Además, al estar sumergido, el agua ejerce presión ligera sobre el cuerpo, lo que ayuda a la circulación sanguínea. Si has estado corriendo o caminando mucho y tienes las piernas un poco cargadas, ese baño salino te va a venir de lujo porque promueve que la sangre fluya mejor, se oxigene y que los músculos y tejidos se relajen. Incluso puede favorecer la eliminación de toxinas que se acumulan tras días de esfuerzo o estrés, dejando una sensación de ligereza y bienestar inmediato.
La piel también aprovecha ese momento: las sales y minerales funcionan como exfoliantes suaves, eliminando células muertas, mejorando el tono y aportando una sensación fresca. Estudios indican que el agua salina se lleva bien con la dermis, dejando la piel más suave y flexible, y que la combinación de minerales puede incluso estimular ligeras reacciones regenerativas, ayudando a que cortes o rozaduras leves se recuperen antes.
Por otro lado, respirar en un entorno de agua salada tiene sus ventajas. La humedad y la ligera concentración de minerales en el aire favorecen una respiración más profunda y relajada, lo que contribuye a reducir tensión en el pecho y la zona abdominal. Por último, si haces esta actividad como parte de un paseo acuático, con movimiento, respirando al ritmo de brazadas o de salpicaduras ligeras, haces un trabajo físico moderado: tu corazón late un poco más, tus pulmones oxigenan el cuerpo y al mismo tiempo estás regenerando físico y mente. Incluso unos minutos de flotación pasiva pueden servir para estirar la musculatura y relajar la espalda, sobre todo después de largos días de viaje o de actividades intensas.
Beneficios para la mente que quizá no habías detectado.
Cuando nadas en esos entornos, se produce algo curioso: de repente, estás tú, el agua, la brisa, quizá el horizonte y nada más. Esa mínima, pero potente combinación favorece que tu mente entre en un estado diferente, de calma activa. Aprendes a respirar mejor, a prestar atención al agua, al paisaje, a los ruidos del exterior.
Investigaciones sobre la natación en aguas abiertas muestran que el sistema nervioso parasimpático (el que te relaja) se activa, lo que significa que tu cuerpo deja de estar en modo “preocupación” y pasa a “descanso”. Te pongo un ejemplo práctico: imagina un día de verano en la costa, sales con un grupo de amigos en una excursión en barco, haces parada en una calita con laguna de agua salada, te sumerges, subes al flotador, miras al cielo y ves las gaviotas… Esos minutos producen un efecto de “me bajo del mundo” y mires todo con otro filtro. Esa sensación de bajar el ritmo, de respirar profundo, sin interrupciones, hace que tu cabeza se despeje.
Otro factor a tener en cuenta: quizá eres de los que llevan el móvil encima, las redes, los mensajes. Pues en esta inmersión el agua y el entorno te obligan a soltar el móvil, te obligan a parar y participar. Y en esa pausa consiste el descanso mental.
Por cierto, si estás entrenando para algo (una carrera, gimnasio) y decides usar una laguna salina para nadar suave una tarde en lugar de ir al gimnasio, te estás regalando un remedio para las piernas, para la circulación, para la cabeza… y vas a volver al día siguiente con las pilas más puestas.
Cómo aprovechar al máximo esa sesión en agua salada o en laguna sin complicarte.
Para que notes estos efectos y los veas como parte de tu rutina saludable, hay algunos detalles que convienen y que deberías tener presentes:
- Escoge bien el momento: evitar la parte del calor extremo, si vas a salir en verano a mediodía, procura que la laguna o playa donde te metas tenga sombra, o que entres temprano en la mañana o ya por la tarde. Así no lo haces pesado ni agotador.
- No necesitas nadar rápido o mucho tiempo: bastan 20 a 30 minutos de agua, flotando, nadando suave, respirando bien, para que tu cuerpo cambie de ritmo. Si lo haces muy exigente, pierdes el relax que también importa.
Hidrátate antes y después: aunque estés en agua, la sal te puede hacer sudar sin darte cuenta. Toma agua antes de entrar y al salir. - Respira conscientemente: al estar en un entorno distinto puedes notar que respiras más profundo sin esfuerzo. Aprovecha para hacer unas inhalaciones largas y exhalaciones lentas, siente cómo el agua te rodea y exhala pensando “dejo esto ir”.
- Cuidado con la piel y los ojos: aunque el agua natural es más amable que una piscina llena de químicos, igual es agua con sal, con viento, con luz directa… Usa gafas de sol cuando estés fuera, al salir enjuágate con agua dulce si puedes, y aplica una crema ligera para piel si lo necesitas.
- Activa tu cuerpo de forma ligera: puedes combinar 10‑15 minutos de nado libre tranquilo, luego 5 minutos de flotar o flotar con apoyo (una tabla, un flotador), luego caminar unos metros dentro del agua, la variedad hace que aproveches mejor el entorno. Y si estás con amigos o en plan familiar, convierte el baño en una experiencia: nadie pendiente del móvil, todos pendientes del agua, del sol, del movimiento, de cómo se siente el cuerpo. Esa interacción genera vínculo, relajación, risa, aunque no sea con grandes gestas, simplemente nadar, flotar, estar.
Situaciones concretas en las que te conviene integrar este tipo de baño.
Si tienes un día libre y te apetece desconectar, busca una laguna salina o una zona de agua de mar tranquila donde puedas acceder fácilmente. Puedes aprovechar un paseo en barco o una pequeña travesía en lancha para llegar a un entorno más calmado y natural. Si has estado entrenando con intensidad durante la semana, reserva este baño para una mañana sin prisas, déjate llevar por el momento sin objetivos ni cronómetros, simplemente para sentir el agua y relajarte.
Cuando estés de viaje y te encuentres en una zona costera, aprovecha las primeras horas del día, entre las ocho y las nueve de la mañana, cuando la luz es suave y el ambiente aún está en calma. Lleva el bañador, sumérgete y después disfruta de algo tranquilo: un paseo por la orilla, un café frente al mar o una siesta breve sobre la arena. Esa conexión directa con el entorno marino ayuda a que cuerpo y mente se sincronicen con el ritmo natural, generando una sensación de equilibrio difícil de replicar en otros entornos.
Si buscas una actividad que combine diversión, contacto con el agua y bienestar, cualquier excursión que incluya una parada en una laguna salada o una cala de aguas quietas puede ser perfecta. Esa pausa en el baño deja una sensación duradera, influye en tu estado físico y anímico, y se integra fácilmente en un plan de ocio relajado y accesible.



